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Blog Abierto - Arte Independiente

Queso parmesano

Cinco de la mañana. Elsa se levantó con tanto entusiasmo que hasta los buenos días le dio a su esposo. César la miró intrigado «Eh, y ahora esta ¿qué se trae?», pensó mientras la seguía con la mirada. Elsa se había propuesto ser feliz. De los treinta y cinco años de matrimonio que llevaban, los primeros dos habían sido buenos y los demás fueron un verdadero suplicio para ella. La pasividad de él la impacientaba. No hallaba cómo sacudir tanto conformismo y mediocridad; tanta dependencia e inseguridad. Se quería sentir segura y protegida por su esposo y era ella la que tenía que estar detrás de él. Estaba enojada, decepcionada, se sentía frustrada; quería que despertara de su sopor. Intentó presionarlo, convencerlo de ir a terapias, a cursos, visitar doctores para averiguar si era por causa de alguna enfermedad, lo amenazó con el divorcio… y nada. Una vez lo abandonó y se fue a vivir con su mamá y a los dos días él ya estaba viviendo con su suegra sin darse por enterado de las intenciones de su esposa; como si nada hubiera pasado. En otra ocasión ella rentó un departamento y ese mismo día él fue a verla para que lo dejara dormir, aunque fuera en la sala, porque no quería estar solo en su casa. No podía hacerle entender que ya no quería vivir con él. Cuando iban a comenzar un proceso de divorcio, él enfermó y ella tuvo que cuidarlo. Él no tenía familia y dependía demasiado de ella. Creía que siempre buscaba fastidiarla. Su paciencia se había agotado, sentía que no tenía otra salida y al fin tomó una decisión: se desharía de él a como diera lugar. El día anterior compro veneno para ratón, lo molió y lo revolvió con el queso en polvo y esa mañana preparó unos molletes cantando su libertad. Sirvió el desayuno y se fue al cuarto de lavado para no tener que ver a su esposo en esa situación. César se bañó, se cambió y fue a la mesa, pero cuando iba a desayunar, alguien tocó a la puerta. En lo que él se levantó a abrir, el gato de Elsa se subió a la mesa y se comió el desayuno. César regresó y al no ver su comida volteó a ver al gato lamiéndose los bigotes y como no quería pelear de nuevo con su mujer, tomó sus cosas y se fue al trabajo sin decir nada. Cuando ella fue a la cocina y vio al gato muerto, lloró, lloró de tristeza, lloró de impotencia y de coraje. Luego se calmó, enterró al gato y reflexionó un poco más las cosas: si ella seguía tratando a su esposo tan mal como siempre, la primera sospechosa de su muerte sería ella. Debía cambiar de táctica y esperaría paciente otra oportunidad para aderezarle otra comida. Durante varios días, cocinó los mejores platillos para complacerlo, lo esperó con una gran sonrisa y lo recibió alegre, amable y platicadora. Él la observaba curioso, preguntándose qué pasaba con su esposa. Contagiado por su felicidad, él poco a poco comenzó a contarle su día, satisfecho de su trabajo y feliz por tenerla como compañera; tan atenta. Después de varios meses ella le anunció: —Amor, esta tarde cocinaré pollo con una deliciosa crema de champiñones y aderezo especial, como a ti te gusta.

...


Continuará...

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