Adrenalina bajo la tormenta

Mirando con desesperación cómo se iban hundiendo, seguía gritando hasta casi desgarrarse la garganta, pero ya se habían alejado demasiado del pueblo y nadie los escuchaba. Tratando de reaccionar ante la situación, insistió para sacar a Carlos, y jalándolo del cabello, a pesar de la resistencia de este, logró removerlo de entre el lodo que ya lo tenía cubierto hasta las piernas y comenzaba a cubrir la cabina; como pudo, lo puso sobre el techo y con una fuerte cachetada lo dejó medio inconsciente, quitándole esa risa imparable y molesta que traía. —¡Déjame! —le gritó Carlos, reaccionando—, ¡quiero morir, sentir el descanso de la muerte! —¡Estás loco!, ¡Vamos, levántate para salir de aquí! —¡Me rechazó, ¿no lo entiendes?! Me dijo que no me amaba. —¡No es momento para estupideces y levántate, se acerca una orilla! Hasta ese momento, Juan comprendió la temeraria actitud de Carlos y sus intenciones, y sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, solo de pensar que su propio hermano estaba dispuesto a sacrificarlo con él por un mal de amores, pero no era tiempo de reclamos, la orilla estaba cerca y debían saltar...