top of page

Blog Abierto - Arte Independiente

Madera

Hay gente, familia, conocidos, vecinos, amigos… pero aún así sentís que estás sola. Existe ese vacío en tu interior que no logra llenarse ni cubrirse con nada porque ese vacío es inmenso y más grande que tu propio cuerpo. Ese vacío te asfixia, te ahoga, te impone una norma, te dicta que tenés que estar bien, porque tenés que ser fuerte y ponerte una máscara para decir "todo está bien", pero no, nada lo está, no vos, ni tu alrededor, ni el mundo. Nada.

Se dice que se suele estar en soledad aún estando en compañía, y qué difícil es reconocerlo, aceptarlo, entender que algo no está bien y que aunque trates de parcharlo, no volverá a ser lo que fue. Es increíble cómo cada momento se te hace insignificante, porque claro, ese vacío es más grande, más fuerte, más poderoso que tus propias ganas de seguir.

Y yo lo entiendo, porque lo vivo, porque lo sufro, porque me encuentro sumergida en ese vacío en el que una vez, creí ser feliz. Y ahora ¿qué me queda?, me pregunto cada vez que pienso en que las cosas cambien, y se que pueden mejorar para bien tanto como para mal, y que mí vida se puede venir en picada monumental si doy un paso hacia aquello desconocido que tal vez me ayude a salir de esa inercia que me sostiene, me agarra, me aprieta. Pero… ¿qué hago después? ¿A dónde voy? ¿Qué sigue? No lo sé. Solo se que ese vacío me tiene inmersa en una soledad que me atraviesa y que se intensifica con cada segundo que paso habitando este cuerpo, como un envase que debía ser llenado con algo y ahí entré yo, pero al que no pertenecía, por eso, ese vacío no solo está dentro mío, sino a mí alrededor.

La oscuridad me absorbe, me ennegrece, me tapa y me detiene, me paraliza, y me hace entender que ella le teme, yo le temo, ella, yo, nuestro cuerpo, muestra mente y nuestra esencia. Es que ella, soy yo, en la soledad de un espejo, en el que miro mis ojos tristes, sin brillo ni consuelo. Rozamos nuestras manos, para sentirnos acompañadas, pero estamos solas, ella desde el otro lado y yo desde este, que me tiene presa, como la tiene ese espejo a ella.

Aveces me enojo y le grito ¡Que ella puede! ¡Que no se deje! Pero me doy cuenta, que ella también me grita lo mismo y que no yo puedo seguir mí propio consejo. Y cuando duermo, si es que llego a poder hacerlo sin necesidad de una pastilla, siento que mí alma deja este terreno y vuela, viaja a lugares desiertos, y me descubro allí, mirando el todo y la nada misma al mismo tiempo.

Fue entonces, que un día comprendí, que el típico "felices para siempre" no existía, cuando en la calle, camino a casa, tras una discusión con quién era mí pareja, me crucé a un matrimonio ochentoso, tomados del brazo, muy enamorados, y me dije a mí misma que al parecer, eso no sería para mí, porque lo intenté, y fueron tantos los intentos, que fracasé en cada uno de ellos como una mísera principiante en un juego complicado de estrategias. Lo más gracioso de todo, es que en ese juego, era y fui una novata que siempre perdió pensando que estaba ganando, porque en realidad, nunca lo había entendido al fin. Aún así, seguí intentando, sin darme cuenta que allí no era nadie, no era nada, y que el vacío me absorbía y era insignificante incluso yo misma para mí.

Me pregunté miles de veces: ¿Qué hago ahora? ¿Podré sola? ¿Porqué tengo que estar sola? ¿Será éste mí destino impropio que se apodera de mí con muchas más fuerzas? No lo sé. Estudié toda mí vida y me di cuenta que en realidad, no sabía nada de nada, que era una brújula sin rumbo en un océano inmenso sobre un trozo de tabla que flotaba por el simple hecho de ser un pedazo de madera. Madera, esa madera que aún en esa inmensidad se mantiene a flote, sin entender porqué, pudriéndose mientras el agua la devora lentamente, madera, madera con olor a humedad, a color celeste, a tonos oscuros de un marrón profundo. Madera, madera con ese sabor amargo y tosco, pero con gustito a vida. ¿Porqué tenía que existir, justo allí, en ese lugar, donde no era nada, y dónde nadie la veía? ¿Quién iba a saber si sostenía aquella brújula pérdida y sin rumbo, precavida por estar allí, sin mojarse, dejando que la tabla absorba todo el dolor por ella? Nadie. Porque nadie te nota hasta que dejas de existir. En algún lugar del mundo, quien perdió esa brújula notará que ya no está cuando la tabla haya cedido y se haya sumergido hasta la más oscura profundidad, inalcanzablemente solitaria, tranquila y en paz. ¿Pero hasta entonces? ¿Quién lo notaría? Ni siquiera sabrían que la brújula estuvo sobre un trozo de tabla, porque la inmensidad del vacío eterno se la llevó consigo, sin dejar huellas, sin hacer duelo, siguiendo su flujo con total normalidad.

Y yo me siento así, como esa madera, y como esa brújula a la vez, sumergida, extinta, inexistente. ¿Qué me queda por hacer? ¿Grito? ¿Pido ayuda? ¿A quién? No hay nadie, no hay nada, solo vacío, vacío inerte, negro, oscuro, profundo, desgarrador y aterrador, que aprisiona con sus enormes garras como un demonio a un alma pura y calma.

Así me siento yo, oscura, ya no me queda color. Ya no huelo tosco siquiera, ya no siento dolor, solo soledad, paradójicamente, inundada de todo y nada, como resultado de la misma muerte.

 
 
 

1 comentario

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
Catalina Cuevas
Catalina Cuevas
17 feb 2022

Momento en los que dejar pasar y acompañar al tiempo ayudan a quitar el velo que no permite ver entre tanta oscuridad... Fuerza!!!

Me gusta
bottom of page