Juventud estoica (El idealista excepcional)
- Ediciones Buena Vibra Arg
- 10 nov 2021
- 3 Min. de lectura

Pocas cosas me producen mayor espanto que la idea de una vida inmolada por error. Hablo de la vida de aquel que, creyendo enfrentar el acto que lo justifica, acomete con valor y decisión una muerte (o una vida) que no es la suya. Esto me pareció siempre el colmo del destino patético. Muy de cerca, en mi ranking imaginario de patetismos, le sigue otro que bien podría ser una consecuencia del temor al primero: no distinguir el final cuando este se presenta. Encontrarse de cara a la posibilidad de consumar aquello para lo que estamos llamados y, temiendo el error, reservarnos para un destino que acabamos de perder.
José Ingenieros en “El hombre mediocre” nos dice que un idealista perfecto es romántico en la juventud y estoico en la edad madura. Nos dice que Cervantes se equivocó al encarnar su Quijote en un hombre entrado en años y explica que este error hace que veamos al Quijote como a un loco, justamente por lo contradictorios que son sus actos con las “leyes naturales del perfecto idealista”. Según Ingenieros, emprender una lucha que no se puede ganar es tarea para imberbes románticos, ¡no para maduros hombres estoicos!
Nadie interprete en estas consi-deraciones extemporáneas que pretendo deslegitimar a un hombre tan vital y trascendente como fue Ingenieros, ni atacar una obra que logró algo que pocos han conseguido en la historia: influir y modificar la realidad (recordemos que Ingenieros y “El hombre mediocre” tuvieron una influencia decisiva en la reforma universitaria de 1918). Creo, sin embargo, que a este tipo de sentencias se le ven las uñas de lo que Nietzsche llamó “el hombre de la tarde”, el que ya pide quietud, el que se vuelve conservador.
la espera estoica, del plan diseñado y ejecutado con fría paciencia y sin contemplaciones hasta su concreción. Entiendo también que un hombre, con la debida cuota de paciencia, tesón y resistencia, es alguien que puede lograr lo que un adolescente atolondrado jamás conseguiría. Sin embargo, José Ingenieros nos habla de este hombre como el non plus ultra de lo deseable en términos humanos, la contracara de la mediocridad: el genio. Estas características, no obstante, me resultan demasiado parecidas a las que posee el buen comerciante, el sofista, el político astuto, el embaucador profesional, el hombre que espera un ascenso o, en definitiva, cualquier hombre mediocre que, con un grado básico de seso y bastante de amor propio, se canse de perder y quiera conseguir el éxito en lo que emprende. Así, el idealista perfecto podría ser también el canalla perfecto, sin que una cosa impidiese la otra.
Por más que me esfuerce no logro identificar el valor diferencial que tiene el hecho de que un hombre se haga más prudente, resistente, sensato y especulador con los años, aunque para resumir esas características usemos la mucho más bella y romántica palabra “estoico”. En cambio, sí me parece excepcional un joven que sepa esperar su momento, que sienta horror al patetismo de apurar una copa que no sea la suya, que tenga la templanza de aguardar a comprender y a comprenderse, a formarse, a descubrirse. Un joven que tenga el estoicismo de rehusar luchas estériles (o la fortuna de sobrevivirlas cuando le fuesen inevitables) y mantenga viva la llama de la juventud hasta la madurez, para recién ahí, en posesión plena de sí mismo y de sus facultades, a pesar del miedo y no sin él, con paciencia pero a voz en cuello, acometer su causa, su lucha, esa que lo volverá un idealista excepcional y lo hará encarar sin miramientos el momento en que pronunciará su palabra.
Por Javier Sierra Oxley - Escritor - Argentina
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