top of page

Blog Abierto - Arte Independiente

El síndrome de Estocolmo del consumidor



Hoy me enviaron un mail en cadena, una especie de relato muy al estilo de Coelho (después me enteré de quien era) que tenía a modo de subtitulo la advertencia: para reflexionar. Voy a referir brevemente esa historia de por sí breve que podrán encontrar sin problemas en la red. Su nombre es El Buscador.


“Un hombre recorre el mundo en busca del sentido de la vida. Una tarde, cansado ya de caminar, se detiene en un hermoso paraje al costado del camino. El bello lugar resulta ser un cementerio, pero no uno cualquiera. Las lápidas rezan: Fulanito, 5 años, 6 meses 16 días; Menganito, 8 años, 9 mese, 2 días…, ninguno en supera los 11 años de edad. El hombre recorre las tumbas sin comprender el porqué de tantos niños muertos hasta que cae de rodillas llorando amargamente. Al ver su desconsuelo el cuidador del cementerio se acerca al hombre y le explica que en realidad no son niños los que yacen allí. En ese pueblo los habitantes tienen la particular costumbre de llevar en todo momento una libreta en la que anotan la duración de los momentos más intensos y felices de su vida: la alegría del casamiento, el nacimiento de un hijo, la pasión de un romance, la duración de un beso… Cuando muere un pueblerino se graba en la lápida la suma de los tiempos anotados en su libreta ya que, para ellos, ese es el único tiempo verdaderamente vivido”.


Esta historia, que intenté referir sin que perdiese del todo su poder emotivo, resulta muy hermosa a quienes la leen por la “visión de vida” que tienen los habitantes del pueblo. Para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad le es imposible durante este relato (me refiero al original) no conectarse con los propios momentos vividos intensamente y sentir que, en efecto, esos son los minutos más valiosos de su propia existencia. Sin embargo este relato, gracias a su buscada efectividad emocional, es, a mi modo de ver, una pieza de relojería de adoctrinamiento ideológico. Según esta concepción la única vida real es la vivida al máximo, la del éxtasis y los estados de felicidad. El resto ni siquiera es desperdicio, simplemente NO ES VIDA.


Esto me llevó a pensar algunas cosas. Primero que nada, ¿qué pasa entonces con el resto del tiempo? Según este modo de ver la vida un ingeniero, por ejemplo, durante su carrera de estudiante, solo vivió la alegría de los exámenes aprobados, el momento de recibirse y la entrega del título; un hombre casado solo vivió los meses del enamoramiento, la boda, sus orgasmos y algunos momentos de ternura; el resto no existió, no lo vivió… Esto es más que triste, ¡es angustiante! Esta fábula de “el buscador” nos invita a valorar los buenos momentos de la vida, y a aumentar la cantidad y calidad de esos momentos, lo cual, en principio, no parece negativo ni perjudicial, ¡al contrario!, es recibido como una visión no materialista de vivir, centrada en la “felicidad y los buenos momentos”. Lo que sucede es que vivir feliz (sea esto lo que fuere) y en la cresta de la ola todo el tiempo, sencillamente no es posible, no es realizable, y lo que en un principio se muestra como una exhortación a “vivir mejor” se vuelve, por obra de su intrínseca imposibilidad, un instrumento promotor y amplificador de la angustia existencial.



Me explico mejor: si vivir es únicamente vivir al máximo y el resto del tiempo es tiempo muerto, tiempo no-vivido, lo único que puedo hacer es intentar vivir así todo lo que pueda, ya que de lo contrario estaría “no-viviendo”, estaría desperdiciando mi vida. El problema es que, por más que me esfuerce, no puedo. La cresta de la ola se empeña en dejarme subir muy de vez en cuando y apenas un ratito. Los estados de felicidad o éxtasis, son destellos fugaces de coronación de lo previo, de una serie de expectativas y acciones que llevaron a ese instante esquivo, pero sin los cuales no se podría llegar. Lo que acontece entonces, al pretender que la existencia sea todo el tiempo lo que solo puede ser de vez en cuando, es la frustración. Es la angustia por no poder vivir (ser/estar) como se debería. Al terminar la lectura del relato experimentamos una idealización de la vida-en-estado-de-éxtasis, pero luego, al intentar llevarla a la práctica, lo que deviene es frustración, angustia. ¿A qué nos lleva esto? ¿Qué se logra con este estado? Una vez que estoy convencido en mi fuero íntimo que vivir es vivir al máximo, que vivir de verdad es disfrutar todo el tiempo, y descubro que no puedo, que con lo que tengo no puedo, estoy listo y configurado para el verdadero objetivo: consumir. El viaje al trabajo, por ejemplo, es tiempo no vivido. Pero… si cambio el auto por uno con aire acondicionado, dirección hidráulica, frenos ABS, espejos eléctricos, sensor de proximidad, GPS… ¡quizá se convierta en parte del disfrute de la vida! O si viajo en colectivo pero tengo el último smart-phone, con tecnología 4G, podré sumar esas horas a lo realmente vivido. Lo mismo si cambio el televisor, obtengo un ascenso, renuevo mi vida amorosa cambiando mi novia por una que me enamore más, etc. Estos son los efectos de la insatisfacción. Una insatisfacción que es hija de una visión idealizada y hedonista de la existencia, una visión donde el disfrute es lo único real.


Es paradójico pero así funcionan los mecanismos del bio-poder. Exaltan y hacen aflorar los sentimientos más puros y altruistas para luego, a través de ellos, por diferentes mecanismos como el que recién mencionamos, lanzarnos como caballos desbocados a consumir confort y buscar una plenitud que nunca llega, que siempre es frustración, deseo insatisfecho, y por lo tanto, más consumo. De todo esto, lo que me llamó la atención de manera más significativa es que a las personas les gustaba este relato y al leerlo se sentían reconfortadas.

A la noche busqué en internet la historia para releerla y ahí fue cuando descubrí que Jorge Bucay era el autor. Me quedé pensando en qué era lo que podría haber motivado a este escritor a construir ese relato. ¿Es un esbirro del bio-poder? me pregunté. ¿Pertenece a una corporación mundial y secreta que le paga para promover la insatisfacción existencial y el consumismo como paliativo? Me lo imaginé frotándose las manos al terminar el escrito, con una risita socarrona y diciendo como Gárgamel: ¡Los adoctrinaré aunque sea lo último que haga. ¡Lo último que haga!

No me convencía.


Un escritor escribe por muchas y variadas razones, pero el que apunta a un mercado apunta a un tipo de lector que consume, que gusta consumir, lo que el escritor escribe. Entonces, ¿cuál es, en este caso, el tipo de lector? Podríamos tomar el término de Erich Fromm: el Homo-consumens, es decir, en este mundo globalizado, todos los que aún no excluyó el sistema. Y, ¿cuál sería el producto literario a consumir? La respuesta, creo que ya salta a la vista: Ideología. Ideología que refrende y refuerce la que ya tiene el que lee/consume. El consumista quiere seguir consumiendo, como parte infaltable de su dieta, esa cuota necesaria de ideología que lo mantenga convencido de que lo único que vale en la vida es disfrutar, vivir a pleno y “ser feliz” todo el tiempo posible. Los consumidores somos un nicho mundial que consume ideología consumista.


Imaginemos a alguien que trabaja de sol a sol no para vivir, sino para vivir-al-máximo, y de golpe, como en una epifanía, entiende que semejante esfuerzo fue en vano, que persiguió una mentira inalcanzable y que gastó su existencia en generar los recursos para vivir de un modo al que nunca logra llegar. Sería terrible… Así que se protege, invierte en mantener la venda ajustada y en revisar sus ataduras, no sea cosa que después de toda una vida consagrada al consumo descubra que siempre pudo escapar de él, al fin y al cabo, es normal encariñarse… ser rehén tiene sus comodidades.



Por @Javier Sierra Oxley

Escritor

Lanús - Argentina


Entradas recientes

Ver todo

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page